sábado, 20 de diciembre de 2014

tolerancia y respeto, educación para la paz


ARTÍCULO

JOSÉ GARCÍA RUIZ.

201214

 

“Tolerancia y respeto; educando para la paz”.

El postmodernismo, fundamentado epistemológicamente a través de diversas corrientes sociolingüístico-filosóficas, está siendo utilizado como estrategia de marketing, a través del mensaje de que caminamos hacia algo mejor, por aquellas multinacionales que gobiernan los mercados mundiales y dirimen y organizan los modelos productivos.

En un mundo en donde el acceso a un trabajo remunerado se presenta muy complicado, en donde la formación ya no es garantía de inserción laboral, en donde el ocio queda monopolizado por los massmedia, especialmente Internet, televisión y videojuegos, resulta complicado que la juventud, especialmente los adolescentes, no se vea impregnada de una serie de hábitos sociales que casan muy poco con la iniciativa propia, la utilización crítica y activa de los diferentes recursos tanto a nivel formativo como de ocio que existen, la tolerancia y la solidaridad con aquellos a los que se considera diferentes, más crudo resulta para el menor adolescente, que no solamente tiene que adaptarse a todos los cambios fisiológicos y psicológicos, sino que además tiene que saber ubicarse dentro de un mundo en el que día a día se esperan cosas distintas de ellos, siendo estas, a veces, contradictorias o excluyentes. Y evidentemente, observar a un padre o a una madre que vive por y para trabajar en aras de sufragar hipotecas, pagos, facturas, no le sirve de ayuda para decidirse a tomar la decisión de convertirse en mayor, ya que si ser mayor significa todo eso, resulta mucho más práctico seguir siendo menor y aprovecharse de aquellos productos que el mercado ha creado para que dediquen su ocio a replantearse otro tipo de dilemas más superficiales y de menor responsabilidad,

El joven contemporáneo no emigra hacia la condición de adulto en el tiempo en que la naturaleza social parecía dictar como conveniente, sino que permanece en un tiempo de conflictos y en una tierra de nadie.

La educación que imparten las sociedades responde a fines socialmente constructivos vinculados, frecuentemente, a determinados objetivos o problemas. Del mismo modo que la educación para el desarrollo prepara a los ciudadanos para participar en los procesos de desarrollo social, cultural y económico, y que la educación ambiental permite conocer los peligros a que está expuesto el medio ambiente y alienta a evitarlos. Actualmente estamos en una sociedad más extensa, que es esta comunidad mundial que se está creando, con toda su diversidad. Está presente un proceso social de consolidación de la paz mediante el respeto de los derechos humanos y la práctica de la democracia. Y se quiere luchar contra la intolerancia, que vulnera gravemente los derechos humanos, la democracia y la paz.

Una epidemia de intolerancia transforma las comunidades y constituye un difícil problema en las escuelas tras los largos años de la guerra fría, la sociedad mundial acarició por un tiempo la esperanza de que, al término de aquel enfrentamiento, se abriese una era en que las consecuencias destructivas de ese conflicto y las profundas divisiones impuestas por la desigualdad económica en el mundo pudiesen quizá ser resueltas. Pero esa esperanza se vio tristemente sacudida por el surgimiento de conflictos regionales y de hostilidades entre los pueblos que fragmentaron las naciones y cambiaron radicalmente el ordenamiento político que el mundo había conocido durante casi medio siglo. En todo el mundo estallaron tensiones entre grupos, hostilidades religiosas y conflictos étnicos. Numerosos conflictos hasta entonces ignorados se hicieron patentes ante la sociedad mundial.

Allí donde una reconciliación había permitido que grupos étnicos diferentes convivieran en paz y cooperación, se desataron muchas veces odios profundos que se manifestaban en las conductas y en los medios de comunicación, y estalló la guerra entre comunidades. Lograr la solución de las disputas, el cese de las hostilidades y la reconstrucción de las sociedades pondrá a dura prueba los esfuerzos de la comunidad internacional, y será probablemente una de las más arduas tareas para quienes se proponen educar para la paz. Los educadores no pueden rehuir las realidades de la historia ni la responsabilidad de asumir el proceso de reconciliación, con las dificultades que éste conlleva para quienes planifican y hacen realidad el proceso de aprendizaje social.

Esos conflictos, junto con los problemas de pobreza que han acelerado el aflujo migratorio, han multiplicado el número de refugiados que buscan asilo y de inmigrantes en busca de trabajo en países y comunidades que en tiempos habían sido básicamente monoculturales. El multiculturalismo ha surgido, a veces en forma inesperada, como situación social que afecta a muchas comunidades y a sus escuelas. Las aulas se han convertido en microcosmos de la diversidad cultural de la sociedad mundial, y la comprensión entre personas de culturas diferentes ha venido a ser condición primordial para un sano clima de aprendizaje en las escuelas de todo el mundo. Las nuevas circunstancias han creado problemas de muy difícil solución en muchas escuelas. En algunos casos, este desafío ha servido de oportunidad para educar en un clima de armonioso multiculturalismo, desde la perspectiva de un pluralismo positivo para una cultura de la paz.

La comprensión entre personas de culturas diferentes es el resultado de un aprendizaje, como lo es la reconciliación. Ninguna de las dos será posible si no se aprende y ejercita la tolerancia. Tal ha sido el sentido del llamamiento lanzado por el Director General de la UNESCO. La tolerancia, inseparable de los derechos humanos y de la paz.

El Director General de la UNESCO ha subrayado que la tolerancia es un componente fundamental del respeto de los derechos humanos y para el logro de la paz. En su forma más simple y básica, la tolerancia consiste en reconocer a los demás el derecho a que se respete su persona e identidad. Los modernos valores políticos y sociales que dieron origen a las actuales pautas internacionales en materia de derechos humanos se expresaron por primera vez como una exhortación a la tolerancia, conceptuada como elemento fundamental para mantener el orden social. Los pensadores políticos occidentales expusieron la necesidad de la tolerancia en una sociedad que no podía tolerar ya la intolerancia y los conflictos de las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII. El reconocimiento de la tolerancia como componente fundamental de la paz entre las naciones tuvo un papel preponderante en el clima histórico que dio lugar a las primeras formulaciones de los derechos humanos, que culminaron tres siglos más tarde en la Declaración Universal de Derechos Humanos. En la Declaración Universal, las Naciones Unidas definieron en forma de derechos los rasgos del orden mundial pacífico que deseaban establecer, es decir, en forma de exigencias fundamentales que toda persona debía hacer valer ante la sociedad.

Como puede observarse, buena parte de la lucha entre los grupos espoleados por la intolerancia se apoya en la insistencia de los pueblos para que se reconozca su derecho a dirigir sus propios asuntos políticos, sociales y económicos. En la Declaración Universal se señala que la violencia puede ser consecuencia de la represión de las aspiraciones democráticas, del mismo modo que puede ser el resultado de la intolerancia. Una de las funciones principales de la democracia es facilitar el cambio político y establecer una mediación no violenta entre las diferencias políticas. Así, el elemento de la democracia se articula íntimamente con la paz, los derechos humanos y la tolerancia.

La vigencia de estos cuatro valores en la sociedad mundial constituiría la base de una "cultura de la paz". Toda cultura es, fundamentalmente, el resultado de un aprendizaje. La enseñanza es ese aprendizaje, planificado y orientado por los valores culturales.

Por consiguiente, una cultura de la paz necesita de un a enseñanza planificada y orientada por los valores de la paz, de los derechos humanos y de la democracia y, en lo más íntimo, de la tolerancia. Frente a la actual epidemia de intolerancia, la educación para una cultura de la paz ha de centrarse en ese valor esencial, sobre todo durante el Año de las Naciones Unidas para la Tolerancia. ¿ Quiénes pueden contribuir a la educación para la tolerancia?

Todos los elementos de la comunidad pueden contribuir a la educación para la tolerancia y participar en la convocatoria del Año de las Naciones Unidas para la Tolerancia. Los ayuntamientos podrían establecer una semana de actos para exaltar los diversos grupos de la comunidad y su contribución a la vida comunitaria.

Las iglesias, templos, mezquitas, sinagogas y organizaciones religiosas podrían establecer programas sobre tolerancia religiosa, celebrar diálogos interreligiosos y establecer directrices para la enseñanza del respeto de las demás religiones en las escuelas de la comunidad. Las autoridades escolares podrían presentar esta guía a las organizaciones de padres y maestros e invitarlos a formular sugerencias sobre la manera en que estas orientaciones se podrían adaptar a las condiciones locales.

Los padres y miembros de organizaciones locales que tengan una experiencia especial o hayan conocido la intolerancia, sus manifestaciones y la manera de combatirla, o que trabajen por los derechos humanos, podrían ofrecerse para transmitir su experiencia a los escolares y otros públicos reunidos en las escuelas.

Los trabajadores comunitarios y sociales podrían elaborar programas de actividades destinados a abordar los problemas de intolerancia que se observen en sus comunidades. Las iglesias y escuelas podrían organizar programas para estudiar y resolver problemas locales de intolerancia en la comunidad. Los padres y la comunidad podrían prestar ayuda y solidarizarse con las víctimas de la intolerancia; para los jóvenes, ello sería la mejor manera de educar en la tolerancia.

 

JOSÉ GARCÍA RUIZ

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