ARTÍCULO
JOSÉ GARCÍA RUIZ.
201214
“Tolerancia y
respeto; educando para la paz”.
El postmodernismo,
fundamentado epistemológicamente a través de diversas corrientes
sociolingüístico-filosóficas, está siendo utilizado como estrategia de
marketing, a través del mensaje de que caminamos hacia algo mejor, por aquellas
multinacionales que gobiernan los mercados mundiales y dirimen y organizan los
modelos productivos.
En un mundo en donde
el acceso a un trabajo remunerado se presenta muy complicado, en donde la
formación ya no es garantía de inserción laboral, en donde el ocio queda
monopolizado por los massmedia, especialmente Internet, televisión y
videojuegos, resulta complicado que la juventud, especialmente los
adolescentes, no se vea impregnada de una serie de hábitos sociales que casan
muy poco con la iniciativa propia, la utilización crítica y activa de los
diferentes recursos tanto a nivel formativo como de ocio que existen, la
tolerancia y la solidaridad con aquellos a los que se considera diferentes, más
crudo resulta para el menor adolescente, que no solamente tiene que adaptarse a
todos los cambios fisiológicos y psicológicos, sino que además tiene que saber
ubicarse dentro de un mundo en el que día a día se esperan cosas distintas de
ellos, siendo estas, a veces, contradictorias o excluyentes. Y evidentemente,
observar a un padre o a una madre que vive por y para trabajar en aras de sufragar
hipotecas, pagos, facturas, no le sirve de ayuda para decidirse a tomar la
decisión de convertirse en mayor, ya que si ser mayor significa todo eso,
resulta mucho más práctico seguir siendo menor y aprovecharse de aquellos
productos que el mercado ha creado para que dediquen su ocio a replantearse
otro tipo de dilemas más superficiales y de menor responsabilidad,
El joven
contemporáneo no emigra hacia la condición de adulto en el tiempo en que la
naturaleza social parecía dictar como conveniente, sino que permanece en un
tiempo de conflictos y en una tierra de nadie.
La educación que
imparten las sociedades responde a fines socialmente constructivos vinculados, frecuentemente,
a determinados objetivos o problemas. Del mismo modo que la educación para el desarrollo
prepara a los ciudadanos para participar en los procesos de desarrollo social,
cultural y económico, y que la educación ambiental permite conocer los peligros
a que está expuesto el medio ambiente y alienta a evitarlos. Actualmente
estamos en una sociedad más extensa, que es esta comunidad mundial que se está
creando, con toda su diversidad. Está presente un proceso social de
consolidación de la paz mediante el respeto de los derechos humanos y la
práctica de la democracia. Y se quiere luchar contra la intolerancia, que
vulnera gravemente los derechos humanos, la democracia y la paz.
Una epidemia de intolerancia transforma las comunidades y constituye un difícil problema
en las escuelas tras los
largos años de la guerra fría, la sociedad mundial acarició por un tiempo la
esperanza de que, al término de aquel enfrentamiento, se abriese una era en que
las consecuencias destructivas de ese conflicto y las profundas divisiones
impuestas por la desigualdad económica en el mundo pudiesen quizá ser resueltas.
Pero esa esperanza se vio tristemente sacudida por el surgimiento de conflictos
regionales y de hostilidades entre los pueblos que fragmentaron las naciones y
cambiaron radicalmente el ordenamiento político que el mundo había conocido
durante casi medio siglo. En todo el mundo estallaron tensiones entre grupos, hostilidades
religiosas y conflictos étnicos. Numerosos conflictos hasta entonces ignorados
se hicieron patentes ante la sociedad mundial.
Allí donde una
reconciliación había permitido que grupos étnicos diferentes convivieran en paz
y cooperación, se desataron muchas veces odios profundos que se manifestaban en
las conductas y en los medios de comunicación, y estalló la guerra entre
comunidades. Lograr la solución de las disputas, el cese de las hostilidades y
la reconstrucción de las sociedades pondrá a dura prueba los esfuerzos de la comunidad
internacional, y será probablemente una de las más arduas tareas para quienes
se proponen educar para la paz. Los educadores no pueden rehuir las realidades
de la historia ni la responsabilidad de asumir el proceso de reconciliación,
con las dificultades que éste conlleva para quienes planifican y hacen realidad
el proceso de aprendizaje social.
Esos conflictos,
junto con los problemas de pobreza que han acelerado el aflujo migratorio, han
multiplicado el número de refugiados que buscan asilo y de inmigrantes en busca
de trabajo en países y comunidades que en tiempos habían sido básicamente monoculturales.
El multiculturalismo ha surgido, a veces en forma inesperada, como situación
social que afecta a muchas comunidades y a sus escuelas. Las aulas se han
convertido en microcosmos de la diversidad cultural de la sociedad mundial, y la
comprensión entre personas de culturas diferentes ha venido a ser condición
primordial para un sano clima de aprendizaje en las escuelas de todo el mundo.
Las nuevas circunstancias han creado problemas de muy difícil solución en
muchas escuelas. En algunos casos, este desafío ha servido de oportunidad para
educar en un clima de armonioso multiculturalismo, desde la perspectiva de un
pluralismo positivo para una cultura de la paz.
La comprensión entre personas
de culturas diferentes es el resultado de un aprendizaje, como lo es la
reconciliación. Ninguna de las dos será posible si no se aprende y ejercita la
tolerancia. Tal ha sido el sentido del llamamiento lanzado por el Director
General de la UNESCO. La tolerancia,
inseparable de los derechos humanos y de la paz.
El Director General
de la UNESCO ha subrayado que la tolerancia es un componente fundamental del
respeto de los derechos humanos y para el logro de la paz. En su forma más
simple y básica, la tolerancia consiste en reconocer a los demás el derecho a
que se respete su persona e identidad. Los modernos valores políticos y
sociales que dieron origen a las actuales pautas internacionales en materia de derechos
humanos se expresaron por primera vez como una exhortación a la tolerancia,
conceptuada como elemento fundamental para mantener el orden social. Los pensadores
políticos occidentales expusieron la necesidad de la tolerancia en una sociedad
que no podía tolerar ya la intolerancia y los conflictos de las guerras
religiosas de los siglos XVI y XVII. El reconocimiento de la tolerancia como
componente fundamental de la paz entre las naciones tuvo un papel preponderante
en el clima histórico que dio lugar a las primeras formulaciones de los derechos
humanos, que culminaron tres siglos más tarde en la Declaración Universal de
Derechos Humanos. En la Declaración Universal, las Naciones Unidas definieron
en forma de derechos los rasgos del orden mundial pacífico que deseaban establecer,
es decir, en forma de exigencias fundamentales que toda persona debía hacer
valer ante la sociedad.
Como puede
observarse, buena parte de la lucha entre los grupos espoleados por la
intolerancia se apoya en la insistencia de los pueblos para que se reconozca su
derecho a dirigir sus propios asuntos políticos, sociales y económicos. En la Declaración
Universal se señala que la violencia puede ser consecuencia de la represión de
las aspiraciones democráticas, del mismo modo que puede ser el resultado de la
intolerancia. Una de las funciones principales de la democracia es facilitar el
cambio político y establecer una mediación no violenta entre las diferencias
políticas. Así, el elemento de la democracia se articula íntimamente con la paz,
los derechos humanos y la tolerancia.
La vigencia de estos
cuatro valores en la sociedad mundial constituiría la base de una "cultura
de la paz". Toda cultura es, fundamentalmente, el resultado de un aprendizaje.
La enseñanza es ese aprendizaje, planificado y orientado por los valores
culturales.
Por consiguiente, una
cultura de la paz necesita de un a enseñanza planificada y orientada por los valores
de la paz, de los derechos humanos y de la democracia y, en lo más íntimo, de
la tolerancia. Frente a la actual epidemia de intolerancia, la educación para
una cultura de la paz ha de centrarse en ese valor esencial, sobre todo durante
el Año de las Naciones Unidas para la Tolerancia. ¿ Quiénes pueden contribuir a la educación para la tolerancia?
Todos los elementos
de la comunidad pueden contribuir a la educación para la tolerancia y
participar en la convocatoria del Año de las Naciones Unidas para la
Tolerancia. Los ayuntamientos podrían establecer una semana de actos para
exaltar los diversos grupos de la comunidad y su contribución a la vida
comunitaria.
Las iglesias, templos,
mezquitas, sinagogas y organizaciones religiosas podrían establecer programas sobre
tolerancia religiosa, celebrar diálogos interreligiosos y establecer
directrices para la enseñanza del respeto de las demás religiones en las
escuelas de la comunidad. Las autoridades escolares podrían presentar esta guía
a las organizaciones de padres y maestros e invitarlos a formular sugerencias
sobre la manera en que estas orientaciones se podrían adaptar a las condiciones
locales.
Los padres y miembros
de organizaciones locales que tengan una experiencia especial o hayan conocido
la intolerancia, sus manifestaciones y la manera de combatirla, o que trabajen por
los derechos humanos, podrían ofrecerse para transmitir su experiencia a los
escolares y otros públicos reunidos en las escuelas.
Los trabajadores
comunitarios y sociales podrían elaborar programas de actividades destinados a
abordar los problemas de intolerancia que se observen en sus comunidades. Las
iglesias y escuelas podrían organizar programas para estudiar y resolver
problemas locales de intolerancia en la comunidad. Los padres y la comunidad
podrían prestar ayuda y solidarizarse con las víctimas de la intolerancia; para
los jóvenes, ello sería la mejor manera de educar en la tolerancia.
JOSÉ GARCÍA RUIZ
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